«Se dice que acabamos convirtiéndonos en lo que aparentamos ser. Por eso, la propuesta es que aparentéis ser algo bueno. Por ejemplo, un payaso.»
Jesús Jara
¿Quién no ha hecho muecas frente al espejo o ha cantado a grito pelado una canción estúpida? Lo más vergonzosos lo habrán hecho en soledad, pero todos los humanos compartimos ese puntito histriónico y risueño propio del clown.
Lo primero que nos viene a la mente al pensar en un clown es su aspecto: ropa extravagante, peinado ridículo, maquillaje y la característica nariz roja. Burnier aseguraba: La nariz del payaso es la máscara más pequeña del mundo, la que menos esconde y la que más revela. El clown no utiliza esa máscara para ocultar, la usa para liberar su ser más primario, apasionado y transparente, huyendo de la vergüenza y los prejuicios. El clown tiene el privilegio de mostrar sus sentimientos en estado puro, sin las restricciones sociales habituales: llorar desconsoladamente, reír de forma demencial, gritar a pleno pulmón, etc.
Cristina Franco reflexiona mediante su obra sobre las dualidades del ser humano, sobre lo que aparentamos socialmente y lo que realmente somos, entre aquello que debemos hacer y lo que realmente nos gustaría hacer. La artista nos presenta una serie de autorretratos y retratos de personas cercanas a ella, que mediante el maquillaje liberan a su alter ego clown, dejan a un lado las normas conductuales establecidas y muestran con naturalidad su yo interior.
Antonio J. López
UNDÉCIMA PARA UNA MULTÍPARA CREADORA
(CRISTINA FRANCO RODA)
Dicen tus clowns mutantes:
“El espejo es
quien nos mira. Sus fijos ojos, imperturbables,
de nosotros esperan los gestos, las muecas,
los movimientos, las distorsiones,
las combinaciones de nuestras faces y antifaces.
Es el espejo quien se asombra y nos conduce
a estado eufórico o catártico; la risa, el llanto.
A través del espejo, tus clowns se pierden
para encontrarse. En la mímesis del espejo,
flotan los afeites, los colores. La Naturaleza
imita al Arte,
“éternel voleur des énergies”.*
SOREN PEÑALVER
*”Ladrón eterno de energías” (Arthur Rimbaud, julio de 1871)
Cristina Franco, las máscaras y los ojos del ego
El payaso, la máscara, el disfraz… la transformación conscientemente artificial del aspecto… el engaño convencional… el simulacro aceptado y hasta convenido…paisajes humanos todos que Cristina Franco esgrime para narrar su pensamiento, bondades o quizá fantasmas de su interior que recrea con generoso colorido para el espectador.
El payaso ha llegado a nosotros como una concepción residual de unas primeras sugestiones utilizadas ya por el hombre primitivo desde que éste fue consciente de sí mismo y quiso enfrentarse a su mundo, más o menos comprensible para su conciencia. Son, en efecto, inconmensurables los usos que se les ha dado y da a estos artificios para transformar la apariencia humana, pero creo que en los cuadros que la artista nos muestra, más allá del simpático colorido que aplica a las figuras, hay algo más notable.
Lo que a mí más me ha llamado la atención son los ojos de todas y cada una de las figuras representadas, perfectos, reales y sobresalientes entre la aceptada cosmética. Y si ineludible es relacionar la máscara cubriendo la cara de los actores del mundo de la tragedia y la comedia, también sería inaceptable no poner la atención en todos esos ojos que nos miran, sobre todo a Cristina.
Al igual que en el teatro de la antigua Grecia era categórico el sonido que surgía de las máscaras, que amplificaban las voces de características muecas de alegría y dolor, son los ojos de todas estas interpretaciones que nos muestra la artista el diapasón significativo de cada uno de los personajes elegidos; focos anímicos donde interpreta la personalidad del referente como ella los ve.
Con un sobresaliente dominio de la acuarela y el acrílico, y una creativa figuración que asimismo cuaja con sorprendentes y atrevidas manchas al óleo, la autora ha disfrazado a todos estos personajes que nos muestra, algunos bien conocidos por muchos de nosotros, mediante grotescos maquillajes, como corresponde obligadamente al payaso; pero, más que eso, nos seduce la mirada personalísima de cada uno y el reconocimiento sus respectivas idiosincrasias captadas por Cristina.
Nos conmueve sobremanera las batallas que libran esos ojos con las expresiones cosméticas a las que los somete la artista, quien juega con las percepciones que nos procuran esos intensos rojos y negros inflamando como cordilleras volcánicas rostros exangües, que nos hacen refugiarnos en las cristalinas fuentes: excelentes estudios de geografías humanas que se mofan cariñosamente del ego de los representados, no de los ojos que, recíprocamente, la miran.
José Alberto Bernardeau
“Había que ir con cuidado, había que ser sagaz. Porque
los sagaces pueden capturar algo lejano y hacerlo suyo.”
Tejiendo sueños. Patti Smith
TU HOCICO ROJO
Imagina que el mundo
fuese de un solo color, verde por ejemplo
y tú, un punto rojo:
una desigualdad menor aleteando
en esa fiesta esmeralda, menta, lima, jade;
aguamarina. Verde musgo,
y verde oliva.
Si, verde oliva. ¿Te lo imaginas?
El mundo henchido de verdor, y tú
una salpicadura indeleble, furiosa y roja; brillando
soberbia, como si semejante parranda de verdes
no fuese capaz de acallar con su vastedad,
una simple mota roja.
¿Te lo imaginas?
Tu hocico carmesí asomando, con descaro,
a esta selva tediosa y enferma.
Tu hocico rojo agitando silenciosamente el mundo.
Vega Cerezo

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